Nada más que tres horas hacía que Viktor Petronov había conseguido conciliar el sueño, y ya sonaba el ensordecedor ruido que reclamaba su presencia inmediata en el barracón de trabajos forzosos de Auschwitz. Desde ese barracón a su lugar de trabajo, Viktor, todos los días, tenía que caminar una distancia de tres kilómetros, con una temperatura de 2 grados bajo cero y tan sólo con unos viejos harapos que ni siquiera cubrían la totalidad de su cuerpo, unos uniformes que ni siquiera podrían hacer bonito a un espantapájaros. Su trabajo consistía en la construcción de vías ferroviarias, uno de los más duros dentro del campo. La cuadrilla de la que formaba parte, estaba dirigida por un capataz o “capo”, como los prisioneros le llamaban, cuya condición era, igualmente, la de prisionero. Para este trabajo, los nazis, elegían a los más agresivos, por lo que los reclusos, había veces, que no diferenciaban a éste de los desalmados oficiales de las SS.
Pero hoy era un día especial para él, se sentía afortunado; por momentos, llegaba a pensar que su situación no era tan mala, ya que al fin y al cabo seguía vivo, e incluso había superado más de una vez esa oscura tentación de lanzarse contra la alambrada. Una tentación que venía provocada por la terrible desesperación de la situación, esa amenaza de la muerte que día tras día, hora tras hora y minuto a minuto se cernía sobre él, es decir, la tensión de una existencia provisional. Sin embargo, hoy, Viktor parecía ignorar su realidad, iba feliz, algo completamente inusual en un campo de concentración. Sólo quería recordar aquellas alentadoras y consejeras palabras, que recién incorporado al campo escuchó de la boca de un viejo amigo suyo, el cual, era el jefe sanitario de las SS:”¡No tengas miedo! ¡no temas las selecciones!. Pero sí te digo una cosa: aunque tengas que utilizar un trozo de vidrio para ello, aféitate. Así parecerás más joven y los arañazos harán que tu mejilla parezca más lozana y de este modo el crematorio siempre estará lejos de ti.”
Qué lejos quedaba ahora el crematorio para él, mas también la añoranza sin límites de su casa, de su esposa, de sus dos hijas, es decir, de su vida. Cuando Viktor sentía esta nostalgia era tan aguda que simplemente se consumía, al igual que se consumía poco a poco su propia identidad. Su vida actual se basaba en el cercano pero distanciado recuerdo: en emociones vividas,en sentimientos, en palabras, diálogos, frases, conceptos que el olvido no había podido arrebatar de su memoria, como tampoco lo podrían arrebatar los nazis. No obstante, todo esto parecía pasar inadvertido para Viktor.
Hoy había menguado su irritabilidad, esa rabia que le invadía cuando tenía hambre y cansancio; aunque en realidad, el cansancio formaba parte de su estado normal. No le importaba en lo más mínimo que le golpearan con la culata de los rifles, que le dieran patadas cada vez que caía al suelo, que le escupieran y le miraran con aire de prepotencia, que le insultaran; pues hoy, Viktor no iba a dejar que se extenuase su recóndito soporte moral y espiritual, ya que se sentía fuerte y firme en su estado emocional de felicidad y no lo quería cambiar por nada del mundo. Con esta inaudita sensación, se atrevía a objetivizar su realidad, miraba ensimismado a los compañeros y veía en sus rostros una pavorosa apatía e indiferencia por toda la inmundicia e inmoralidad que les rodeaba.
Recordaba con horror ( cosa que no le pasaba desde algún tiempo) lo que vio hace un par de noches: en el centro del patio, cubierto éste de nieve, se encontraba un niño de unos 17 años, estaba descalzo y atado a un poste de madera como castigo a una insubordinación hacía un “capo”. Estuvo allí, aproximadamente, durante cinco horas; pero lo verdaderamente impactante fue cuando vio a un oficial de las SS arrancándole los muñones en los que se habían convertido los dedos de sus pies.
Sin embargo, estos horribles pensamientos rápidamente volvían a desaparecer, se esfumaban, no eran equiparables con la satisfacción que le produjo la muerte de su mejor amigo esa misma noche, dejando sin dueño a unos reforzados e incluso, bonitos zapatos, con los que Viktor no se volvería a mojar los pies en sus largas caminatas.