Notas Sonoras

4.8.06

LA PSICOLOGÍA DE UN ASESINO


Esta tarde, me la he pasado buceando entre viejos escritos que deambulaban por mi desordenado ordenador. La inmensa mayoría de ellos, sinceramente, me han resultado... como lo diría, desilusionantes; sí, porque antes me parecían buenísimos y, en cambio, ahora, nada de eso. Creo, no obstante, que a todos nos ocurre un poco lo mismo. No recuerdo que afamado escritor lo comento, decía algo así: "una vez que escribo algo que me gusta, no vuelvo a leerlo; sencillamente , porque no conseguiría publicar nada que me gustase". Pues bien, extrañamente, he encontrado un fracmento de un pequeño relato que escribir, que aún me sigue pareciendo interesante. Son las reflexiones de un asesino justo antes de matar. He querido compartirlo con vosotros:


TESTIMONIO DE UN ASESINO

Cuando me acercaba, mil pájaros revoloteaban mi mente, pululaban, piaban, y yo los escuchaba, agujereaban con sus picos los tejidos cuerdos y me hacían daño, mucho daño. Y cuando cantaban me halagaban, ¡ qué bonita melodía!. Les daba de beber gotas de serenidad, mas sólo con sangre saciaban su sed, y así únicamente se iban, la bandada se alejaba haciendo minuciosos movimientos simultáneos, sutiles, como si esquivaran el aire, el mismo aire rancio con olor a muerte que quería esquivar yo. Más tarde volverían, para hartar de nuevo su horrenda necesidad.
Pero mientras tanto, su ausencia era inaguantable pues, de esta forma, el soporte de lo comprensible se retiraba. Después, sólo podía oír al silencio; mas juro que intentaba romperlo, sí... sí que lo intentaba; y lo hacía adentrándome de forma esporádica y reiterativa en el inmenso imperio de la realidad. Porque debo admitir que ella es la culpable de todo. ¡ Déspota hija de puta!, Ella es la que acepta o deniega, sin ningún prejuicio, nuestra presencia en su reino, ella es la que destierra sin motivo alguno al inhóspito lugar de la irrealidad, es decir, al silencio, a la locura.

¡Ay... qué sañuda es la incomprensión en la que se hunde el desesperado, y qué sutil la desesperación en la que se ahoga el incomprendido!, ¿verdad?. Pues bien, yo... yo soy el incomprendido, y ésta, y sólo ésta, es la realidad, y absolutamente nadie puede juzgarla, excepto yo. Porque aunque yo sea el desterrado, el oprimido, el humillado, el degradado, el vil, la víctima y no el asesino; también soy el luchador solitario y desarmado, el enemigo más impotente de la realidad.
No obstante, debo admitir, que mi enemiga no es azarosa en absoluto, sino que elige a sus víctimas con minuciosa sagacidad. Escudriña en las mentes débiles hasta hacerlas completamente vulnerables, las moldea a su antojo, las cohíbe de la racionalidad, las priva de la capacidad de libre elección de posibilidades que nuestra naturaleza nos ofrece, nos obliga a unas pautas de conducta completamente rígidas y estereotipadas, nos convierte en animales irracionales. Sin embargo, ¡ja!... esta vez se ha equivocado, no ha sabido escoger correctamente, se ha enfrentado equívocamente a una mente que desborda la ortodoxia humana, a una divergencia que pisotea sin pudor a lo convencional, a un cuerpo completamente inmune a la demencia y tan arraigado a la cordura que ni el más atroz desajuste puede alterar en lo más mínimo a mi insólito y divino equilibrio mental; es decir: la ha cagado.

Por ello, no cabe la menor duda que os pueda resultar incomprensible la paradoja de que una terminología concreta sea la que manipule en toda su plenitud a la abstracción.

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